Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

viernes, 2 de mayo de 2008

EL NIÑO CIEGO

Tibia jornada de otoño, la plaza luce solitaria pero tan bella!! Los árboles están desnudando su cuerpo poco a poco y un manto dorado cubre las veredas que resplandecen bajo el sol mañanero.
La brisa juega con mi cabello, mientras permanezco sentada, con los ojos entrecerrados, como intentando esconder la mirada; pero en realidad esto sirve solo para fijar dentro mío lo colorido del paisaje. Las aves revolotean en amplios círculos disfrutando de los vaivenes del suave viento otoñal.
En la caja de arena, cercana a los juegos infantiles, un niño balbucea y sus gorjeos se entremezclan con el de los pájaros. La joven que aparenta ser su madre, un poco alejada, lee un libro, pero sin dejar de levantar la vista de a ratos para mirar al infante.
Desde este lugar, puedo observar todo sin ser descubierta, mi inmovilidad hace que no pueda ser percibida fácilmente. El niño de cabello oscuro, regordete, tiene un peluche entre las manos y lo acaricia con suavidad; despertando mi interés. ¿Por qué no corretea hacia donde están los juegos? ¿No le llaman la atención? Su boquita roja y húmeda besa el muñeco, lo mece y lo toca, mientras sigo haciéndome preguntas silenciosamente.
La curiosidad me fue ganando poco a poco, y luego de titubear, temerosa de romper el hechizo del momento, voy acercándome con lentitud; con miedo a que el pequeño se sorprenda y rompa en llanto; pero sigue con toda su atención puesta en el juguete. De a ratos lo pasa por su carita y ríe nuevamente.
La mujer se levanta cuando me ve cerca de la criatura, y saluda con un cálido – hola! y una linda sonrisa, que me hace responderle de igual forma.
- Que hermoso niño, digo casi susurrando.
- Sí, es hermoso, contesta llena de orgullo.
- Me despertó mucha ternura ver la forma en que acaricia su muñeco.
- Lo está conociendo – dijo.
- ¿Cómo? No comprendo.
- Es la manera que tiene de explorar el mundo, el juguete es nuevo y mi hijo ciego. Lo es desde el día que nació, por eso tiene una forma especial de tocarlo.
Avergonzada, acaricié el rostro del chiquitín, me despedí de su madre y comencé a alejarme lentamente, mientras trataba de asimilar el impacto que me causara la conversación.
Reflexioné sobre el vínculo del dulce chiquillo con el animalito de peluche, sus gestos afectuosos y la conducta diferente de los adultos.
Las personas vivimos cubiertas por una fachada que nos impide exteriorizar lo que sentimos. Si tan solo tuviésemos actitudes y manifestaciones de AMOR en cada cosa que hacemos, si expresáramos abierta y libremente nuestros sentimientos, si la ternura fuese un nexo habitual para relacionarnos, quizás eso nos fortalecería. Podríamos encontrar la energía necesaria para seguir adelante, en un mundo superficial, donde la urgencia por crecer económicamente y la anarquía del orbe moderno, nos ha extraviado la coherencia por las cosas importantes.
Ciego? El niño era ciego? Quizás si, para percibir colores, para mirar objetos; pero la ceguera del mundo era mayor. Nos negamos a irrumpir en el mundo de los sueños, desplazando la calidez de los sentimientos por la hipocresía de parecer, del que dirán; y en nuestra ceguera eterna, permanecemos solos y aislados, pero fieles a la concepción de vida que la sociedad nos impone… parecer más que ser.
El tenue viento se hizo más intenso, me estremezco. No sé si es por el frío, o por la impotencia de vivir encarcelada por los escrúpulos, atrapada por la mojigatería, como siempre y para siempre el: “Ser correcta hasta la tumba…” Podemos elegir entre parecer o serlo verdaderamente…

Magui Montero

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.