Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

lunes, 19 de mayo de 2008

LA POMPA DE JABÓN

Caminaba dando pequeños saltitos mientras miraba las vidrieras iluminadas con luces multicolores. Llevaba en su mano una paleta dulce que saboreaba con deleite y la carita sonriente mostraba restos de “melcoche” almibarado.
Las calles se veían bulliciosas, melodía alegre salía de algún lado; el vendedor disfrazado de arlequín soplaba una cañita de la que surgían innumerables burbujas brillantes de distinto tamaño que se esparcían por el aire, flotando y elevándose al compás de la brisa mañanera.
La pequeña quedó parada mirándolo con asombro, mientras el arlequín sonreía y nuevamente comenzó a soplar pompas de jabón. Una de ellas grande e irisada, giraba alrededor de la nena acercándose cada vez más, hasta que la curiosidad le hizo apoyar los deditos en la burbuja. De pronto se encontró sentada en el interior y su risa estalló en pequeños gorjeos, mientras se elevaba suavemente sobre la gente.
El sol entibiaba el rostro risueño, en tanto ella miraba con curiosidad las copas de los árboles que se hamacaban graciosamente a su paso; los ocasionales espectadores señalaban el cristalino globo que jugaba con el viento elevándose.
El arrobo y la sorpresa ponían chispitas en los ojos de la pequeña, mientras observaba el paisaje que cambiaba de colores, a medida que la ampolla transparente recorría distancias, alejándola de la ciudad. Vio la carretera como cinta plateada que refulgía con la luz, un serpenteante río mostraba en sus lados manchones verde azulinos de vegetación costera, casitas rurales parecían pequeños recortecitos rectangulares, y a lo lejos vislumbraba montañas salpicadas de nieve.
Bandadas de golondrinas en vuelo emigratorio acompañaron el trayecto por un rato, retomando nuevamente su rumbo y ella reía ante los vaivenes juguetones de esa burbuja que la llevaba con rumbo desconocido. Los picos parecían inmensas parvas de chocolate, cubiertos de merengue, vistos desde arriba, la fronda era celofán jaspeado donde pastaban pequeñas ovejitas. Se fueron sucediendo pueblos y comarcas, hasta que comenzó a definirse la costa del mar.
Olas rugientes rompían fuertemente en las rocas, mientras la pompa de jabón seguía las formas costeras. Barcos veleros agitaban sus coloridas telas saludándola en su recorrido, que se hacía lento. Nuevamente estaba sobre una ciudad; una bahía mostraba naves de gran porte y la esfera flotaba suavemente. Llegaron a una plaza, donde fue descendió hasta rozar el césped.
La niña tocó nuevamente la cristalina y suave cápsula y esta se abrió dejándola bajar. Un árbol enorme extendía sus ramas y daba fresca sombra protegiéndola de la intensa luz solar; allí se sentó a descansar, en tanto admiraba ese lugar maravilloso y aspiraba con fuerza el aire marino.
Parpadeó repetidas veces porque el sol se filtraba entre las hojas del inmenso gomero, hasta que abrió de nuevo los ojos y se encontró en el dormitorio. En las manos no tenía ya la dulce golosina, estaba abrazando su querido osito de peluche. Había sido un hermoso sueño.

Magui Montero
Nota: Fotografía realizada por Antonio Flores en el año 1959. La niña es Magui a los 6 años

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Amo el mar

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.