Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA TORRE


Caminaba de regreso, la jornada había transcurrido llena de tensiones. El trabajo se estaba acumulando; las fuerzas y la voluntad le jugaban una mala pasada, sutilmente todo se volvía poco a poco anodino, gris, descascarado. Era el mediodía, la gente se agolpaba en las paradas de colectivos, los automóviles pasaban rápido y tocaban bocina nerviosamente, cada uno con el apuro de llegar a su casa.
Tenía los pasos cansados; se dejaba besar por el viento y el sol, sin tener conciencia de que la rozaban. Miraba las vidrieras sin verlas, los cristales parecían azogados; en ellos, podía observar su propia figura reflejada, erguida, con un toque de orgullo, para quienes se cruzaban en el camino, porque no conocían el peso que cargaba en las alforjas invisibles de su espíritu. No había urgencia por llegar, nadie esperaba, solo el pequeño perro negro, que olfateaba y movía la cola cada vez, que abría la puerta de la casa, dando su bienvenida.
La vida se deslizaba, seguía su curso, sin embargo, parecía que ella había quedado a un lado. Nada lastimaba demasiado, ni la alegraba más allá de lo razonable. Seguía un ritmo marcado por las horas que continuaban pasando y la rutina calcaba, reiterando iguales mañanas, tardes y anocheceres.
En su eterna búsqueda de equilibrio, fue abandonando poco a poco todo lo superfluo, ni mucho llanto, ni mucha risa, hasta trastocarse en una caja de pocas aristas, pequeña, hueca y vacía. Su otrora brillante mirada se había opacado, manejándose a tientas, llevada solo por la intuición.
Ya no existían los suspiros, ni los gemidos; el nexo con las personas que amaba y estimaba se iba diluyendo, pero aun estaba. Cada vez un paso más atrás, seguía al alcance de sus brazos; tratando de mantenerse cerca cuando tropiecen, y así poder evitar que se lastimen.
Era un difícil destino, signada a ser apoyo de todos; palabra amiga, compañía, consejera en momentos angustiosos, pero ella también necesitaba respaldo; el bastión de la entereza estaba cayendo.
Los cimientos iban perdiendo sustento y poco a poco ganaba la tristeza. La suficiencia y el meticuloso prestigio de ser la más fuerte, fueron aislándola, como una torre que se yergue en el desierto.
Su soledad era arena de un páramo que la rodeaba y estaba sorbiendo el agua de la vida; la torre podría derrumbarse y no quedarían vestigios de lo que alguna vez fue.
Hasta que la mujer comprendió con el paso del tiempo que no estaba sola, había personas, que ella no supo percibir… Después de largas cavilaciones y dudas, descubrió que en realidad todos esos seres formaban su basamento; no debía caer, la estructura de la torre aun tenía fortaleza, a pesar de los vaivenes de la vida, debía mantenerse intacta.

Magui Montero

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Amo el mar

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.